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Una sillita al sol para Elena Poniatowska

Miguel Polaino-Orts

Profesor de Derecho Penal

Vicedecano de la Facultad de Derecho

Universidad de Sevilla

20211204_125840En 1942, hace ahora 80 años, Paulette Amor, una francesa de padres mexicanos, abordaba en Bilbao el “Marqués de Comillas” en un viaje sin retorno a ultramar. Con ella iban sus dos hijas menores, Elena y Kitzia. Dejaba en una Europa incierta a su marido Jean Poniatowski. Durante años Paulette escribió, en inglés y francés, unas memorias que su hija mayor tradujo y publicó, con el título de Nomeolvides, en 1996, cinco años antes de su muerte. Esas páginas son la crónica de un descubrimiento, el esbozo de un nuevo mundo. La joven Elenita había mostrado, desde su infancia, una insólita curiosidad, un interés literario inusual. La llegada al continente americano marcaba los primeros pasos del resto de su vida. Allí descubre “la inmensa vida de México”, la leyenda cotidiana e inaudita del “México mágico”. Tras el francés y el inglés, aprende el español en la calle, oyendo rondas perfumadas con aroma de tragedia. La mezcla del español con términos náhuatl la convirtió en escritora. “¿Cómo iba yo a transitar de la palabra París a la palabra Parangaricutirimicuaro?”, dice, pero se sorprendió a sí misma pronunciando, con naturalidad, Xochitlquetzal, Nezahualcóyotl, Cuauhtémoc o Popocatépetl.

 

Frente a “las certezas de Francia y su afán de tener siempre razón” le subyuga a la joven inquieta el colorido del país y la humildad de los mexicanos más pobres. Ejerce pronto su profesión de periodista y trasiega de colonia en colonia descifrando los misterios de la vida de la gente. “Quienes me dieron la llave para abrir a México fueron los mexicanos que andan en la calle”, confesó al cabo del tiempo. El periódico Excelsior la contrata para hacer 365 entrevistas en un año, la primera al poeta y filósofo transterrado Ramón Xirau. Cobraba menos que su cocinera y todo el dinero lo gastaba en los peseros (autobuses) locales. En esos años se vincula con los círculos intelectuales del país. Intima con Diego Rivera, Álvaro Mutis, García Márquez, Octavio Paz, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, y frecuenta a los exiliados españoles: de Luis Buñuel (para quien Elena era su “amor platónico”) a Pedro Garfias (“extrovertido y locuaz, con la locuacidad del ebrio”), de Max Aub a su yerno Federico Álvarez, de Juan Rejano a León Felipe (que, cuando llegaba la periodista, gritaba a su mujer “Bertuca, Bertuca, ven a ver a una rusita”). A Luis Cernuda lo ha recordado -“guapo y coqueto”- en la casa de Concha Méndez y Paloma Altolaguirre en Tres Cruces núm. 11, de Coyoacán, “asoleándose en el jardín”.

 

20211204_130150En su vida larga y fecunda ha entrevistado a reyes, presidentes, ministros y embajadores pero también a una indígena de Oaxaca, al pobre de la calle, al talabartero de la esquina. Ahí aflora su espíritu periodístico verdadero y su escritura registra la tonalidad de esa tierra ancestral, con sus miserias y su grandeza. Desde entonces fue labrando su labor de notaria de la injusticia, de cronista del pueblo, voz de silenciados, víctimas y preteridos. Conciencia moral, celosa denunciadora de la realidad triste e inicua, Poniatowska se ha convertido a lo largo de siete décadas en la gran notaria de la injusticia y la iniquidad latinoamericana. En su icónico libro La noche de Tlatelolco, de 1971 -obra maestra de la “nonfiction novel”, denuncia coral de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de México en 1968-. ejerce literariamente el deber ético de reparación cívica a toda una generación de jóvenes. A esa obra talismán siguieron luego otros tantos textos sobre seísmos, asaltos y abusos de poder, y -no tardando- libros admirables donde conjuga el análisis impecable y bello de narración antropológica, denuncia social o recreación biográfica de personajes contemporáneos, como Leonora Carrington, Diego Rivera, Lupe Marín, Tina Modotti o su marido Guillermo Haro, que le valieron el Premio Cervantes 2013.

 

Amiga de Neruda, Cortázar, Mutis, Paz y García Márquez, epígono del boom, trabajadora infatigable, escritora incansable, Poniatowska ha reparado siempre al débil, al desvalido y la causa justa. Con la Facultad de Derecho de Sevilla se comprometió refrendando con su nombre autorizado la colección Breviarios Hispalenses, auspiciada por el Decano Alfonso Castro, el profesor Noel Rivas y por mí mismo, que se honró en editar su texto De Cervantes a Darío, en 2018. Ahora prepara, a petición de la Facultad, una compilación de entrevistas y artículos sobre nuestros exiliados, de María Zambrano a Luis Cernuda, de Garfias a Martínez Pedroso.

 

Octavio Paz elogió su “arte de escuchar”, pero Elena ha sabido descollar en el arte de narrar y en el de emocionar, reflejando en sus obras el “México que salvas del olvido”, como le escribió José Emilio Pacheco en un soneto estupendo. En su última obra, El amante polaco (libro I, de 2019, y II, de 2021), inédita aun en España, regresa a sus orígenes europeos buceando en la genealogía familiar de su antepasado Stanisław August Poniatowski, último Rey de la Polonia independiente en el siglo XVIII. Muchas veces he compartido mesa y mantel -deliciosos los almuerzos de Martina- con Elena, sus hijos (Mane, Felipe y Paula), sus nietos y amigos en su casa de Chimalistac, al sur de la Ciudad de México. Elena rubrica sus dedicatorias y mensajes con un “abrazo rompecostillas a la mexicana” y me recuerda, siempre que nos vemos, la frase de su querido Octavio Paz: “la felicidad es una sillita al sol”. Hoy, cuando su trasiego por el mundo alcanza los 90 años, le envío un abrazo rompecostillas a la sevillana y saco al sol de esta primavera andaluza una sillita para brindar por el privilegio de su amistad y por el alto honor de su ejemplo literario y moral.

 

 

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