Una de las balas asesinas entró por debajo del ojo izquierdo y salió por el hombro. Le destrozó los huesos de media cara, cortó el nervio y rozó el cerebro, que se inflamó tanto que tuvieron que quitarle toda la tapa de la cabeza. Durante meses estuvo con el cerebro al aire y con el pedazo de cráneo metido, para su conservación, bajo la piel del abdomen (al final tiraron el hueso y le pusieron una pieza de titanio).
También estuvo meses con medio rostro desplomado: no podía reír, apenas podía hablar, no podía parpadear con el ojo izquierdo y los dolores eran terribles.
A pesar del terrible daño que le habían causado las balas proyectadas por el arma mortal de un miliciano del régimen del Tehrik e Taliban Pakistan (TTP), grupo terrorista vinculado a los Talibanes, en el cráneo y cuello de Malala Yousafzai, la jovencita de apenas 15 años sobrevivió al atentando del que fue blanco el 9 de octubre de 2012,
por el simple hecho de alzar la voz en defensa de la educación a las niñas pakistaní.
Los talibanes cerraron todas las escuelas y se prohibió la educación de las mujeres, entre los años 2003 y 2009.
Malala, no se amedrento ante el amago y el ultimátum de los talibanes, grupo fundamentalista islámico que vive sometiendo a la población de Afganistán, y a Pakistán, en su región noroeste, donde establecieron su poder y su doctrina, prohibiendo que las mujeres acudieran a las escuelas; además las mujeres estaban obligadas a llevar
la carcelaria burka que las cubre todo, fueron excluidas de la vida pública, sin acceso a la atención de la salud y la educación, las ventanas debían ser cubiertas para que las mujeres no pudieran ser vistas desde el exterior y no se les permitió reír de manera que pudieran ser oídas por los demás, entre otras restricciones castrantes sobre todo
para el género femenino.
A partir de ese terrible 9 de octubre de 2012, en la corta vida existencial de Malala han pasado 2 años seis meses, y en ese lapso, ella, sin dimitir en su lucha, continúa sin mostrar temor ante los grupos radicales de su región, dedicada en cuerpo y alma en la defensa de su sexo, en particular de las mujeres de Paquistán.
“Estoy entregada a la causa de la educación y creo que puedo dedicarle mi vida entera.
No me importa el tiempo que me lleve. Me concentro en mis estudios, pero lo que más me importa es la educación de cada niña en el mundo, así que empeñaré mi vida en ello y me enorgullezco de trabajar en pro de la educación de las niñas”.
En el marco conmemorativo del Día Internacional de la Mujer (8 de marzo) conocer en una breve semblanza la historia de esta joven mujer, quien el 10 de diciembre de 2014 fue condecorada con el Premio Nobel de la Paz, es tener presente a todas aquella mujeres valientes como la somalí Waris Dirie, que recorrió África y consiguió que 15 países penalicen la mutilación femenina, entre muchas que de manera anónima reclaman mejores condiciones de vida para sus semejantes, sobre todo aquellas que sufren en carne propia la bajeza, la infamia, la deshonra y la iniquidad por el hecho de ser mujer.
Malala, enardecida, frenética, avivada por haber sobrevivido al atentado, a sus 17 años de edad tiene esperanzas grandiosas para su pueblo. Ensueños inocentes y difíciles de alcanzar, pero quizá algún día los vea cristalizados, porque como mujer tiene el carácter y la valentía para llevarlos a cabo.
“Para lograr ese objetivo tengo que conseguir poder,y el verdadero poder consiste en la educación y el
conocimiento. Además nos hace falta un escudo, que es la unidad del pueblo. Cuando la gente me acompañe, cuando los padres de las niñas me acompañen, cuando estemos juntos, me apoyarán con su voz, con su acción, con su compasión. Cuando nos apoyemos los unos a los otros, cuando nos eduquemos, cuando logremos ese poder, podremos con todo. Y entonces volveré a Paquistán”.