-Miguel Polaino-Orts-
Allí pasará dos meses en los que alumbrará el más bello poemario salido de su pluma (“Garfias sublimó el castigo del exilio con la más alta poesía” ), el más relevante de todo el exilio español en opinión de Dámaso Alonso: Primavera en Eaton Hastings, y donde vivirá momentos de desesperación y de angustia, de resignación y de llanto. Pablo Neruda, su amigo de los años madrileños de los primeros treinta, recuerda en sus memorias póstumas una anécdota de Garfias durante sus días de exilio que mucho habla de su mutismo y de sus desmemoriadas y comunicables soledades: “[…] El castillo estaba siempre solo y Garfias, andaluz inquieto, iba cada día a la taberna del condado y silenciosamente, pues no hablaba inglés sino apenas un español gitano que yo mismo no le entendía, bebía melancólicamente su solitaria cerveza. Este parroquiano mudo llamó la atención del tabernero. Una noche, cuando ya todos los bebedores se habían marchado, el tabernero le rogó que se quedara y continuaron ellos bebiendo en silencio, junto al fuego de la chimenea que chisporroteaba y hablaba por los dos. Se hizo un rito esta invitación. Cada noche Garfias era acogido por el tabernero, solitario como él, sin mujer y sin familia. Poco a poco sus lenguas se desataron. Garfias le contaba toda la guerra de España, con interjecciones, con juramentos, con imprecaciones muy andaluzas. El tabernero lo escuchaba en religioso, sin entender naturalmente una sola palabra. A su vez, el escocés empezó a contar sus desventuras, probablemente la historia de su mujer que lo abandonó, probablemente las hazañas de sus hijos cuyos retratos de uniforme militar adornaban la chimenea.